Afortunadamente, estas extrañas muestras de júbilo y desaforados excesos (¡¡como comen “los angelitos”!!) que llevo contemplando durante estas últimas semanas, puedo decir, inundado de alegría y paz… ¡¡QUE HAN TERMINADO!!
La señora mayor no aparece por casa… esto suele suceder de forma habitual: se va con su caja con ruedas agarrada a la mano, y, de repente, un día cualquiera, vuelve con la misma caja, y se instala con sus manías y sus particulares olores, durante un tiempo variable.
Los más pequeños… ¡¡ufffff!! han vuelto a desaparecer de casa cuando casi no ha salido el sol, y vuelven ya entrada la tarde. Todo el día sin la angustia de que cualquier maldad pueda recaer sobre mi organismo. No tendré que forzar el rabillo del ojo durante tantas horas para estar preparado para la huida cuando detecto en ellos esa media sonrisa y esos ojos entornados clavándose sobre mí.
El humano adulto sale de mi casa con los niños y vuelve tarde para meterlos en la cama…
Otra vez volverá a tener mala cara, a quejarse por todo y a no moverse de MI sofá, con el aparatito negro con botones en su mano derecha.
Y mi humana adulta… Ella es la única que sigue en mi casa, pegada a esa pantalla y a esa tableta llena de botones por la que mueve los dedos sin parar. Es el único humano que queda para satisfacer mis deseos con mis convincentes y “lánguidos” maullidos…
En fin, que vuelve mi vida normal, la paz, la tranquilidad…
Han retirado ese absurdo árbol con luces y bolitas, así como el conjunto de “humanos inertes enanos” metidos en una cueva… que objetos tan aburridos… por más manotazos que les proporcionaba, ¡ni un mísero sonido!
¡¡Ahhhh!! se me olvidaba… El bobalicón de “Trasto”: Ese cánido vulgar, esa muestra evidente de la supremacía del felino sobre cualquier otra especie doméstica, vuelve a estar a mi entera disposición.
Durante estas fiestas estaba como loco persiguiendo a todas las visitas por si le ofrecían alguna de las viandas de las múltiples bandejas y platos… “¡¡qué pringao!!” Con lo sencillo que es esperar a un despiste, saltar a la mesa y llevarte lo que más te apetece. Encima, las broncas, siempre le caen a él… ¡¡infeliz!!
Pero ahora, con tanto tiempo solos, dispongo de él a mi antojo y vuelvo a disfrutar de mi principal hobby: despertarle a manotazos en el hocico cuando duerme. Me encanta ver como intenta perseguirme, semidormido, tras recibir una avalancha de “soplatrufas” en su húmeda nariz. Él sólo es capaz de correr en línea recta, y cuando se quiere dar cuenta, yo ya estoy subido en cualquier altura, lejos de sus incapacidades.
Llegó la calma, acabó la tormenta…
Vuelvo a disfrutar plenamente de mi incomparable “gatonalidad”.
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